martes, 31 de marzo de 2015

Miércoles, 1 de marzo. Continuación.

Sin darme por vencido, volví a intentar salir de casa. Hice el menos ruido posible, pero de nuevo los de las escaleras me vieron y se agitaron. Sin entretenerme a mirar sus preciosas caras abrí la puerta de las otras escaleras y me quedé en el descansillo esperando algo. Metían mucho ruido, entre gritos, gemidos y golpes. No sé cómo, abrieron la puerta del rellano y lo inundaron. Empezaron otra vez los golpes desesperados, pero esta vez en la puerta que tenía a un palmo de mi cara. Asustado empecé a bajar corriendo. Si habían abierto la otra, también abrirían esta. Pero a medida que bajaba seguía oyendo los golpes, así que la puerta permanecía cerrada. Quizás habían abierto la otra con un golpe en el pomo o vete tú a saber. El caso es que de momento no me seguían. Así que continué bajando, esta vez más tranquilamente. En el sexto piso me paré en seco. A tres metros de mí, un chaval de más o menos mi edad me miraba con un extraño rictus en la cara. Rápidamente empuñé mi lanza y la apunté hacia él. Una descarga de adrenalina inundó mi cuerpo y me vi dispuesto a atravesarlo con el palo de la fregona si hacía falta. Al hacer esto, él se estremeció asustado y entonces fue cuando habló.
- No, no, espera.
- ¿No estás infectado? – Vaya una pregunta por mi parte…
- ¿Tú que crees?
- Está bien, está bien, lo siento.... Te iba a clavar esto – dije con una mueca de ironía en la cara.
- Je, gracias por tu sinceridad.
Le expliqué mi plan y me contó que al escuchar todo el ruido que yo había organizado, se asustó y decidió huir del edificio. Su padre, que no sabía donde estaba, tenía un todoterreno en el garaje, y pensaba utilizarlo para llegar hasta Calafell, donde tenían una segunda residencia. No le dije nada, pero su plan carecía de sentido. ¿Qué le hacía pensar que lo que había pasado aquí no estaría pasando allí? Tras unos minutos hablando en las escaleras me invitó a pasar a su casa. Estuve a punto de decirle que volvía a la mía a buscar todo lo que nos pudiera servir, pero rápido caí en la cuenta de que con todos esos monstruos en el rellano, no volvería a ver mi piso nunca más, a no ser… que me descolgara desde la azotea hasta mi terraza, cosa que por ahora ni podía ni pensaba hacer. Así que entramos en su piso.