miércoles, 1 de abril de 2015

Negocios rentables

Dimos la vuelta a Karl Marx y continuamos por Paseo Valldaura, convertido en su tramo final en una calle estrecha normal, paralela a la ronda. Había bastantes infectados, pero a petición mía, Carlos consiguió evitar a la mayoría. Solamente cuando era inevitable, rebajaba la velocidad a 40 por hora para realizar el atropello. Suena muy bestia, lo sé, pero era la única forma de avanzar.
La situación mejoró al llegar a las rotondas que preceden a la Negocios rentables Nord del túnel de la Rovira, ya que allí casi no había nadie por la calle. Sin embargo, al ser también entrada a la ronda, estaba colapsada por vehículos. El todoterreno dejó la calzada para abrirse paso por las aceras de tierra que rodean la zona.

Antes de enfilar por el puente sobre la autovía que nos llevaría a la aqui , la ciudad muerta me ofreció una última muestra de su violenta agonía. Un autobús, atrapado en el atasco, con las puertas de entrada rotas, vidrios hechos añicos en el suelo. Varias ventanas con manchas de sangre como brochazos de un pintor esquizofrénico. Una ventana completamente rota, por la que sobresale colgando un brazo muerto. Mordido. Supongo que el cuerpo debió quedar lo suficientemente hecho polvo como para que el virus no lo pudiera reanimar.

Seguimos por la carretera, que serpenteante se sumergía en la masa forestal de pinos que rodean la ciudad. Por un momento todo me pareció absurdamente normal y bucólico. El sol de invierno brillando con fuerza en el cielo, casi primaveral, los pájaros revoloteando, la ciudad extendida a nuestros pies abriéndose al Mediterráneo… Desde esa altura nada hacía presagiar el infierno en el que se había convertido el llano construido. Bueno, quizás… el silencio, que parecía estrangular el ambiente. Era muy extraño ver una urbe de dos millones de habitantes sumida en el más absoluto silencio. En el cielo, los reactores de un avión a gran altura trazaban silenciosamente una línea blanca sobre el fondo azul intenso.

martes, 31 de marzo de 2015

Miércoles, 1 de marzo. Continuación.

Sin darme por vencido, volví a intentar salir de casa. Hice el menos ruido posible, pero de nuevo los de las escaleras me vieron y se agitaron. Sin entretenerme a mirar sus preciosas caras abrí la puerta de las otras escaleras y me quedé en el descansillo esperando algo. Metían mucho ruido, entre gritos, gemidos y golpes. No sé cómo, abrieron la puerta del rellano y lo inundaron. Empezaron otra vez los golpes desesperados, pero esta vez en la puerta que tenía a un palmo de mi cara. Asustado empecé a bajar corriendo. Si habían abierto la otra, también abrirían esta. Pero a medida que bajaba seguía oyendo los golpes, así que la puerta permanecía cerrada. Quizás habían abierto la otra con un golpe en el pomo o vete tú a saber. El caso es que de momento no me seguían. Así que continué bajando, esta vez más tranquilamente. En el sexto piso me paré en seco. A tres metros de mí, un chaval de más o menos mi edad me miraba con un extraño rictus en la cara. Rápidamente empuñé mi lanza y la apunté hacia él. Una descarga de adrenalina inundó mi cuerpo y me vi dispuesto a atravesarlo con el palo de la fregona si hacía falta. Al hacer esto, él se estremeció asustado y entonces fue cuando habló.
- No, no, espera.
- ¿No estás infectado? – Vaya una pregunta por mi parte…
- ¿Tú que crees?
- Está bien, está bien, lo siento.... Te iba a clavar esto – dije con una mueca de ironía en la cara.
- Je, gracias por tu sinceridad.
Le expliqué mi plan y me contó que al escuchar todo el ruido que yo había organizado, se asustó y decidió huir del edificio. Su padre, que no sabía donde estaba, tenía un todoterreno en el garaje, y pensaba utilizarlo para llegar hasta Calafell, donde tenían una segunda residencia. No le dije nada, pero su plan carecía de sentido. ¿Qué le hacía pensar que lo que había pasado aquí no estaría pasando allí? Tras unos minutos hablando en las escaleras me invitó a pasar a su casa. Estuve a punto de decirle que volvía a la mía a buscar todo lo que nos pudiera servir, pero rápido caí en la cuenta de que con todos esos monstruos en el rellano, no volvería a ver mi piso nunca más, a no ser… que me descolgara desde la azotea hasta mi terraza, cosa que por ahora ni podía ni pensaba hacer. Así que entramos en su piso.